Mi primer aprendizaje sobre el pensamiento sistémico fue por los años 90, cuando se daban frecuentes encuentros entre los sectores público, privado y sociedad civil. Yo no perdía ocasión de asistir a foros y talleres, porque en mi rol de directora de una ONG quería construir alianzas para atender oportunamente a personas en situación de mayor vulnerabilidad.

En uno de estos eventos formativos, el capacitador entregó a quienes participábamos varios informes (incluida la transcripción de la caja negra) sobre el trágico accidente del vuelo 737-200 de TAME, acaecido en 1983, en la ruta Quito-Cuenca, donde fallecieron 199 personas. El moderno avión había estallado en el aire para luego estrellarse contra un cerro, próximo a su aterrizaje.

Revisamos los textos, estremecidos por la tragedia, y escribimos respuestas sobre lo que considerábamos había sido su origen. Al leerlas en conjunto, notamos que era imposible establecer una sola causa, ya que todos los elementos eran interdependientes: 1) no existía certificado de la compañía constructora del avión para ese vuelo; 2) los pilotos contaban con certificados para volar Boeing 727 y no bimotores 737; 3) el entrenamiento de la tripulación violaba protocolos de seguridad sobre horas de vuelo; 4) nadie anticipó que las cabinas y controles se situaban en espacios diferentes; 5) la tripulación conversaba sobre temas laborales, mientras probaban los controles, sin concentrarse en el aterrizaje; 6) había neblina y los pilotos volaban ‘a ciegas’, sin subir a la altitud ordenada por la torre de control; 7) el modelo Boeing 737 ya había tenido fatales desenlaces en otros países.

Aprendí entonces que un sistema es un conjunto de elementos o componentes interrelacionados entre sí y con el entorno que lo rodea, que a su vez lo influye, de tal manera que forman una totalidad. Que los sistemas tienen inputs o fuerzas de arranque; usan recursos de todo tipo; manejan procesos que transforman entradas en outputs o resultados; generan feedback (parte de la salida ingresa al sistema); y funcionan en un contexto que influencia significativamente su comportamiento. Para D. Katz y R. Kahn: “La teoría sistémica está dedicada básicamente a problemas de relaciones, de estructura y de interdependencia, y no a los atributos constantes de los objetos”.

Para comprendernos como sistema-país sería oportuno, entonces, abandonar el pensamiento lineal ‘causa-efecto’ y, más bien, asumir las discontinuidades de la era posmoderna, dejando de atribuir a un solo factor, hecho o persona (la traición, la mesa no servida) éxitos o fracasos, que son, o han sido, productos de la totalidad del sistema, incluidos nosotros.

Ecuador cuenta ahora con un presidente electo de probada trayectoria, muy entusiasmado por “calentar los motores”, con un plan de gobierno integral y un eficiente gabinete para ejecutarlo. Debemos darle un voto general de confianza a Guillermo Lasso para conducirnos a buen destino, desafiando las turbulencias de gobernabilidad que aparecerán, sin previo aviso, durante el trayecto. El pensamiento sistémico y grandes reservas emocionales serán claves para lograrlo. (O)