El bloqueo político que vivimos no está en correspondencia con las demandas de la población: trabajo, seguridad, salud y educación. Una realidad se vive en la esfera legislativa y otra muy diferente en la cotidianidad. Mientras, por un lado, se pelean entre los integrantes de los diferentes partidos en la Asamblea, incluso en sus mismas bancadas, por otro lado, la gente se juega la vida, literalmente, buscando cómo llevar la comida a la casa, pagar el arriendo, contratar internet y comprar las pocas medicinas que necesita, porque nunca termina un tratamiento como se debe. El espectáculo bochornoso en la Asamblea ya ni siquiera interesa, porque dejó de ser extraordinario para convertirse en lo más ordinario. La acumulación de mediocridad y falta de sensibilidad no se puede tapar con exhortos.

La situación evidencia que la crisis agudizada por la pandemia no logró sensibilizar a la clase política que vive pensando en ganar elecciones, como si la aventura proselitista resolviese las necesidades impostergables de la población. Indudablemente, hay excepciones, pero no pasan de ser mínimas y tampoco nos alcanzan para salir del hueco. ¿Cuánto nos cuesta dialogar y destrabar las complejidades? ¿En qué momento caímos en la trampa de la defensa del metro cuadrado? ¿Qué se requiere para acentuar el sentido común y pensar más allá de nuestros propios prejuicios y amenazas inventadas? ¿Por qué cuesta tanto aceptar que en democracia se gobierna para todos y no para satisfacer intereses localizados?

El escenario también lo podríamos mirar desde otra perspectiva más futurista, en términos de saber lo que está en juego. El análisis no es tan complejo, pero sí drástico. Entonces, si no logramos salir de la crisis que atravesamos, lo más probable es que sacrifiquemos nuestro futuro y el de las generaciones que nos suceden, además sin que estas tengan ninguna responsabilidad en el caso. Pero, incluso, si fuésemos más severos y con mayor suspicacia, deberíamos preguntarnos: ¿quiénes ganan con la crisis y por qué les interesa mantener el caos?

Las respuestas tampoco son muy complejas, pero sí dolorosas. Cuando una sociedad perdió la batalla contra la pobreza, la inseguridad y la misma dignidad, el crimen organizado se toma las instituciones, las cárceles, las empresas e impone el chantaje, el temor, el miedo a cambio de que nadie diga nada, oiga nada ni camine en paz el resto de sus días. Creo que la mayoría de ecuatorianos no quisiera llegar a un Estado fallido, pero miramos una acumulación de hechos, declaraciones, prácticas políticas y acciones deliberadas de agitadores de diversos sectores que nos advierten los peligros. El único camino es abrir las manos, escuchar al otro, reconocer nuestras limitaciones y avanzar con lo que se puede escalonadamente y con compromisos concretos.

La democracia se edifica con más democracia. Esta frase no es un eslogan, más bien es una tarea de todos.

Es urgente crear condiciones de vida con calidad que dejen por fuera el populismo que capitaliza el resentimiento, la impotencia y la frustración para desestabilizar la convivencia e inocular odio. (O)