El fin de semana vi por primera vez a ballenas en su hábitat natural. Nadaban en las costas del norte de la península de Santa Elena, en el Pacífico. Enfatizo “hábitat natural” porque cuando era pequeña fui a uno de esos espectáculos que desde hace poco se cuestionan y difunden argumentos de que constituyen maltrato, además del cautiverio.

Un fenómeno increíble, emprenden de sur a norte una travesía de aproximadamente 20.000 km. Meses y meses de viaje y diversas teorías sobre las razones de su migración. Lo que me llamó la atención de su avistamiento por dos días consecutivos fue por su cercanía a la orilla sin prisa. Como si danzaran y saludaran, madres con sus ballenatos nadan a su ritmo, en su mundo, a su tiempo.

Me puse a pensar en los ciclos de esta travesía, de su migración que dura muchos meses. Ciclos precisos, que no se adelantan ni atrasan, pues son propios de la especie. Tiempos justos para emparejarse, dar a luz, alimentarse, descansar, mudar de piel. Ciclos que dependen de los distintos climas, distintos modos de supervivencia. Etapas que traen consigo su esencia, su distintivo, su magia.

Como si danzaran y saludaran, madres con sus ballenatos nadan a su ritmo, en su mundo, a su tiempo.

Ciclos que vienen por añadidura con cambios, algunos muy bruscos y que para las ballenas no son una novedad, son connaturales y son necesarios. No los cuestionan, no los intentan cambiar, no se resisten a ellos. Ciclos que se repiten, para los que siempre se encuentran preparadas y sobre todo, ciclos a los que sus crías también llegan listas.

Pensé también en nuestros ciclos. Tan distintos, tan impredecibles, tan únicos. Pensé en lo duro que es adaptarnos y entender su importancia para crecer y aprender, en lo complejo y doloroso que resulta a veces ese cambio, ese choque, esa experiencia.

‘Con el tiempo entendí lo peligroso que es tener un pensamiento suicida y no hablarlo’, dice Yury, quien intentó quitarse la vida. En Guayaquil se han atendido 2.706 casos de ideas suicidas

Hace algunos meses pasé por un periodo continuado de ciclos que no esperaba y que llegaron con bruma, como un remolino, sentí mucha angustia de no saber cómo enfrentarlos, de no saber cómo honrar sus etapas, de no entender por qué estaba viviendo aquello y por qué las cosas tenían que ser de esa manera. Por qué la vida estaba enseñándome a la fuerza, quitándome cosas y dándome otras. Definitivamente no lo entendía, no lo quería, sentía que no lo necesitaba e inclusive, que no era justo.

Con el pasar de los días y luchando con mis ganas de controlarlo con tal de no sentirlo tan fuerte, he podido ir dándole forma y sentido a cada una de las etapas y lo que viene con ellas, sobre todo, a ponerles intención y a agradecer su presencia e impacto en mi vida. A dejar de controlar y comenzar a disfrutar lo que vienen a mostrarme y enseñarme.

Hoy al recordar lo que sentí y siento, pensé en lo maravilloso que sería vivir mis ciclos como las ballenas, con más ecuanimidad, más soltura, más firmeza. Sin miedo, sin expectativas, sin prisas. Entendiendo que cada uno de ellos es necesario y preciso, aunque siempre inesperado, porque nuestros ciclos no vienen predeterminados ni avisados.

Espero que el próximo agosto, muchas cosas en mi vida hayan cumplido su ciclo y encontrado su espacio y, sobre todo, espero volver a ver a las ballenas, que vuelvan a enseñarme algo o a recordarme lo que mi corazón ya conoce. (O)