¿Las aves sabrán lo afortunadas que son al poder cursar el cielo, volar hacia el horizonte y elevarse por encima de todo para tener una perspectiva diferente? Para ellas, el agitar sus alas y planear con el viento es tan natural como inhalar y exhalar para nosotros. Sin embargo, existen aves que van más allá de lo conocido y lo ‘natural’ para ellas. Aves que, saliendo de su zona de confort y del mundo como ellas lo conocían, se aventuraron a otro universo muy distinto.

Aves intrépidas han existido siempre, como el águila, un ave solar que caza a plena luz del día, al verla sentimos fuerza y admiración. Nosotros tenemos al cóndor, también con los récords de vuelos más altos; su mundo se desarrolla entre los picos de las cordilleras y el cielo azul. Luego están las aves marinas, que además de su mundo de aire se aventuraron a explorar el mundo acuático de manera nada sutil. Por ejemplo, piqueros, alcatraces, fragatas y cormoranes, que desde los 24 metros de altura pueden observar un cardumen de peces –anchoas, sardinas– y lanzarse de cabeza a una velocidad de hasta 110 kilómetros por hora, para bucear hasta los 15 metros de profundidad. Siendo el cuello la parte más frágil de su cuerpo, han tenido que desarrollar adaptaciones fisiológicas que las protejan al impacto con el agua. En plena caída cierran sus alas tomando una posición aerodinámica, la cabeza y el pecho quedan protegidos por sacos de aire subcutáneos y sus fosas nasales se sellan herméticamente.

Los peces, que por lo general se agrupan para protegerse de posibles depredadores, no tienen escapatoria cuando estas aves a manera de misiles los toman por sorpresa. Me pregunto ¿qué habrá pensado el piquero al ver un pulpo, un lobo marino o un tiburón?, animales que de seguro no los encuentra en el cielo. Y es que, a la final, sí hay algo que tienen en común estos seres: sus plumas, escamas y pelo. Durante el desarrollo embrionario, escamas, pelo y plumas presentan las mismas características moleculares. Las plumas de las aves son escamas modificadas, y, de hecho, se ha logrado convertir escamas de reptiles en plumas como experimento de laboratorio.

Otras aves, enamoradas del mundo submarino, han renunciado a sus alas y a la vida por los cielos, para no separarse nunca más del mar, como es el caso del cormorán no volador. Esta ave endémica de las Galápagos es la única de su especie con esta característica: sus alas se han acortado y vuelto escamosas. Este cambio ha sucedido a lo largo de millones de años y aunque no pueden volar, estas aves apneístas pueden bucear hasta los 40 metros de profundidad. De igual manera, lo pingüinos cambiaron sus alas por aletas hace muchos años. La mayoría de aves marinas dominan el vuelo y la natación, sin embargo, no son muy ágiles en tierra, de hecho, son bien torpes, lo que nos recuerda que no podemos medir a todos con la misma vara.

Algunos tienen alas para volar, otros, branquias para respirar, pero, si no intentamos algo distinto cómo sabremos si podemos poner nuestras cualidades a algún otro uso que tal vez no sea tan evidente. Aprendamos de las aves marinas, lancémonos a toda velocidad hacia lo desconocido. (O)