El evangelio recuerda hoy el tránsito de Jesucristo entre la muerte y la resurrección. Luego de un gran calvario meditado, aceptado, inevitable, que lo llevó a someterse a la tortura, Cristo resistió por tener un objetivo claro: lograr el perdón de los pecados de una humanidad cargada de excesos y abusos alejados de la religiosidad.

‘Es un momento propicio para pedir a Dios que nos ayude a resolver estos problemas’, dicen en procesión que recorre calles del suburbio

¡Qué parecido este capítulo bíblico a lo que atraviesa la sociedad ecuatoriana en los actuales oscuros momentos! Una comunidad víctima de los abusos de quienes se han tomado las calles, los lugares públicos, la cotidianidad toda. Donde se mata sin mayor remordimiento, con un telón de fondo de ineficaz poder salpicado en gran medida por la corrupción, que parece contaminarlo todo. Un pueblo entero viviendo un calvario insólito que ha llevado a muchos a encerrarse como en la pandemia para evitar que la muerte, el robo o la extorsión los alcance ante la impávida mirada de quienes deberían actuar.

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Pero a diferencia del cáliz amargo que aceptó Cristo, y que duró entre viernes de crucifixión y muerte, Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección, el cáliz que le tocó al pueblo ecuatoriano es tan amargo como incierto, no es un sacrificio por el perdón de los pecados, ni tampoco tiene fecha de caducidad. El mal y sus cultores parecen estar en todos lados, producto de las ineficientes acciones de control, casi nula administración de la crisis, deficiente manejo de la comunicación, y las atizadas percepciones de que no hay rumbo ni futuro, que han logrado sembrar en el imaginario colectivo hordas de troles e influencers financiados sin duda por quienes del caos quieren recoger despojos que los encumbren nuevamente al poder.

La pregunta que sale a manera de grito desesperado es: ¿cuándo nos llega el momento de la resurrección?

“Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme”, se escucha desde los púlpitos en Sábado Santo, como es hoy. “Teme, recógete y alístate para celebrar la resurrección y asunción a los cielos”, advierten los sacerdotes a su feligresía. “El diablo anda suelto, guárdate”, advertían en días como hoy las abuelas, considerando que la muerte de Jesús en la cruz podría significar que hasta el día de su resurrección cualquier cosa pasase.

Ese gran silencio que pregonan en las iglesias es un símil de lo que ahora mismo siente una sociedad que se siente huérfana del amparo que deben brindarle las instituciones del Estado, y sobre todo aquellas que como la justicia deberían ser garantía de seguridad ciudadana y del cumplimiento del mandato constitucional de circular libremente por el territorio nacional.

Tres días, dicen las escrituras, fueron suficientes al hijo de Dios para cambiar la historia del mundo cristiano con su sacrificio en la cruz y la resurrección que lo devolvió al paraíso. Cientos, miles de días ya soporta la sociedad ecuatoriana de incertidumbre y angustia, viendo sicariatos diarios y cada vez con más saña; robos al estilo cinematográfico y mafias que instaladas como en su casa cobran deudas con secuestros, mutilaciones o desmembramientos, o le colocan explosivos a gente humilde para aterrorizar a todos. La pregunta que sale a manera de grito desesperado es: ¿cuándo nos llega el momento de la resurrección? (O)