La autocrítica nunca fue una característica de Lenín Moreno, por eso aceptó ser presidente sin mayor cuidado de lo que había pasado frente a sus narices durante su larga vicepresidencia y los años que disfrutó en Ginebra. Su final político ha sido paupérrimo, tal vez porque llegó a ser gobernante más por una casualidad que por dotes intelectuales, empresariales, políticas o de cualquier aptitud. Ojalá sirva, al menos, de lección de lo mucho que un político debe evitar bromear en público a cambio de tanto que puede hacer trabajando con iniciativa y liderazgo.

Cuando Lenín fue nombrado el sucesor de su partido ya venía elogiando todo lo que decía y hacía su nominador por 10 años. A pesar de evidentes acciones corruptas en perjuicio de la nación ecuatoriana, el silencio cómplice del correísmo presidencial persiste hasta hoy. Encarcelar a Glas resultó en un aumento de la popularidad de Moreno al 75%. Esto dio paso a lo más importante de su gobierno: la consulta para desarmar una parte importante del cerco antidemocrático que Correa construyó para mantenerse en el poder.

Los 14 presidentes que gobernaron en los últimos 42 años tienen poco que mostrar como legado. La mayoría administró improvisadamente el Estado con el único afán de terminar el periodo, cuando no beneficiar inmoralmente a sus cercanos. De lo poco memorable de algunos gobernantes rescato lo siguiente: Roldós terminó las dictaduras, aunque el tutelaje militar sigue siendo la velada razón de mantener el gasto irracional en armamento y privilegios. Si Sixto es recordado por no retroceder en la guerra, Mahuad lo será por cerrar el desangre económico que la frontera abierta permitía. El feriado bancario –hasta hoy rodeado de más rabia y mitos que estudios aclaratorios, reparaciones y presos– empezó a sanar con la medida más importante del siglo: la dolarización que impide a cada gobernante usar la moneda a su antojo, a costa de devaluaciones inmisericordes.

Sin duda el mayor desperdicio tuvo lugar durante el largo gobierno de Correa y Moreno. Catorce años en los que a cambio de estabilidad se dilapidaron las posibilidades no solo de programas indispensables para –por ejemplo– eliminar la desnutrición infantil y la mortalidad materna, sino para corregir problemas estructurales como la inequidad, pésima educación o el ineficaz y desorganizado sistema nacional de salud. Para colmo, en estos 14 años se exacerbó la nefasta práctica gubernamental de dar puestos burocráticos a poco aptos partidarios, familiares, y hasta trueque de votos legislativos.

La pandemia nos mostró cuánto daño han hecho los populistas con el desorden en la salud que ni siquiera pudo, después de más de un año de fracasos, organizar la campaña de vacunación masiva. Combatir dogmas –como no despedir a nadie por principio o ‘neoliberalismo’– para redistribuir servidores a funciones efectivas será uno de los mayores retos para Lasso. Sacar ineptos a cambio de mejorar la calidad de servicios será difícil cuando su gobierno nace con una oposición en tres frentes intransigentes: correístas, socialcristianos y parte del movimiento indígena. En todo caso, adiós Moreno, bienvenida la nueva política del encuentro. (O)