La pobreza juvenil se refleja en el desempleo, la inactividad y la precariedad laboral. Tres amenazas directas contra la sostenibilidad del crecimiento económico y que reclama acción inmediata del Estado, el sector empresarial y la sociedad civil. La juventud vive la incertidumbre, angustia y frustración que provoca la transformación del mercado del trabajo, en donde el principal desafío es su inserción laboral desde una variable continua: el déficit de empleo.

De acuerdo con el INEC, el trabajo juvenil, que corresponde a la población entre los 18 y 29 años de edad, registra una tasa de empleo adecuado y estable del 27,5 %; el subempleo es del 29 % a nivel nacional y el ingreso laboral promedio es de $ 375 mensuales. En junio de 2022, el desempleo juvenil, comparado con la población que no es joven, fue de más de dos veces mayor: 4 % frente al 9,1 %; y el 18,5 % de jóvenes ni estudia ni trabaja; de los cuales el 26,5 % son mujeres y el 11,2 % son hombres. Esta realidad motiva a los propios jóvenes a asumir un proyecto migratorio para alcanzar un futuro mejor.

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La Organización Internacional del Trabajo, OIT, en su último informe sobre Tendencias Mundiales del Empleo Juvenil, identifica cuatro transiciones económicas que constituyen escenarios para diseñar políticas públicas y estrategias empresariales de empleo decente para la juventud: el escenario digital, el escenario verde y azul, un escenario del cuidado y un escenario combinado. Estos escenarios económicos dependen de los niveles de inversión en la transformación del desarrollo productivo, definida por tres factores: el tecnológico, el demográfico y el ambiental.

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Crear empleo en la economía digital exige recortar la brecha de conectividad a internet, actualizar el contenido curricular, tanto para la educación técnica como superior, así como para los programas empresariales de educación continua, que anticipe la demanda de competencias en nuevas tecnologías para evolucionar del trabajo fijo, repetitivo e indefinido hacia el trabajo dinámico, flexible y con alta movilidad entre sectores e industrias, así como geográfica. La economía verde y azul responden a la presión que ejerce la crisis energética y climática en el sistema productivo y su cadena de valor, donde las principales inversiones se focalizan en alcanzar cero emisiones netas de carbono a través de energías limpias y renovables, construcción, agricultura sostenible, reciclaje y gestión de residuos, que estimula el acceso a un nuevo empleo de alta especialización. La economía del cuidado registra una alta intensidad de inversión en servicios de salud, cuidados de larga duración y educación; siendo este escenario un importante empleador de jóvenes, que reclama mayor equidad salarial, protección social y mejores condiciones laborales.

Para acelerar la transformación del empleo juvenil se requiere una reforma estructural sin limitaciones ideológicas, que sea ante todo funcional, flexible y sostenible, una regulación que estimule y garantice un gran impulso inversor comprometido con las nuevas generaciones. La juventud, con su ingenio y vitalidad, necesita creer en su futuro. (O)