Existe un cuadro de Sandro Botticelli, El infierno, que lo inspiró la obra de Dante Alighieri, y firmemente creo que ni la mente de Botticelli y Alighieri juntos puedan diagramar, describir o imaginar cómo es el infierno que es la cárcel en el Ecuador, particularmente la Regional Zona 8, o como se la conoce en la turba, “la peni”.

Escribo esto pensando en ellos, en los nadie, los anormales como los describía Foucault, aquellos excluidos, apestados, los deficientes, los que una sociedad hegemónica margina por su idea de que estos seres humanos son cualquier cosa menos humanos.

Sin embargo, los que dejamos de ser humanos cada día más somos nosotros, que nos atrevemos a pasar el tiempo en un divertido juego de ser un dios, que ve la paja en el ojo ajeno, apuntando con el dedo, a ellos, a los que en este cuadro de colores que es la vida les tocó ser los colores obscuros, los que no tuvieron la oportunidad de aprender a leer, y si la hicieron, no tuvieron la oportunidad de aprender más allá del bachillerato, que tampoco es gran cosa que digamos en un Estado que no prioriza la educación; señalamos a ellos que tal vez tuvieron que jugar con basura, imaginando que es un juguete caro que usted tuvo la oportunidad de tener, o que le acaba de comprar a su hijo que lo espera, limpio, llenita su barriguita, y feliz de tenerlo en casa; ellos que, en cambio, vieron a su madre víctima de su violento padre, los que nunca estrenaron, los que jamás estuvieron con la pancita llena, los que tuvieron que ser adultos antes de ser niños, que cayeron en las garras del narcotráfico, por ser pequeños seres indefensos, con frío, con hambre, con dolor, con miedo, empeñada su alma antes de tenerla.

Esos son a los que ahora tan torpemente les decimos: “Déjenlos que se maten entre ellos”, “¡bien hecho!, capaz se murió (lo mataron) el que me robó mi caro celular”, a ellos a los que se pide como en circo romano que rueden sus cabezas, que son el resultado de una sociedad que apesta a muerto, porque hemos matado la poca humanidad que hay en nosotros, hemos matado la empatía, y la solidaridad, hemos dejado podrir nuestros mejores deseos, para que la violencia y el odio liquiden lo poco que queda de una sociedad buena.

Pero más duele a los colegas abogados, que juzgan con rencor, ¿pueden dormir tranquilos sabiendo que alguien que no necesitaba prisión preventiva estaba ahí por pobre?, duelen los abogados que creen que la solución es la mano dura con el populismo penal, endureciendo las penas, utilizando la venganza socio-jurídica para ajustar las cuentas, le pregunto algo, ¿poner una pena eterna logrará que haya menos asesinatos, mujeres violadas o robos a mano armada, el narco dejará de reclutar? Debemos entender que es urgente una política de Estado, un programa integral de educación, salud y vida digna. Quema el alma que no pidan la paz, sino sangre, fastidia la impavidez del Estado, porque políticamente no es conveniente invertir en “esos” que no votarán. Nos hemos resumido en una horda de salvajes que pide la ley del más fuerte, y que grita –como si no fuera un ser humano que también se ve protegido– ¡abajo los derechos humanos! (O)