Todos los puntos finales son puntos de partida. Eso es la vida, una serie concatenada de inicios y finales que son el resultado de situaciones, actuaciones, creencias, decisiones, errores (muchos) y personas que nos llevan a ese instante en el que te amarras el corazón y aquietas a las mariposas de los comienzos, tomas decisiones y te lanzas.

Casi 7 años han pasado desde el día que decidí lo que iba a estudiar. Me tomó un poco más de lo previsto por un año de abandono voluntario por ser reina de Cuenca y otro dedicado a mi tesis. Casi 7 años para darme cuenta de que mi profesión iba a ser la abogacía pero que quien era yo, como persona y como mujer, no se enmarcaba solamente en ese título. Años de confirmar la importancia del esfuerzo, la constancia y la disciplina, de valorar y agradecer a esos buenos maestros y mentores, hoy colegas y amigos.

Años repletos de gustos, sustos y dolores de cabeza que me han hecho cuestionar cientos de veces si soy apta y si estoy en el camino correcto. Momentos en los que me he sentido totalmente perdida y otros en los que ratifico el porqué de mis decisiones. Momentos en los que miro atrás y entiendo, otros en los que miro a mi alrededor y agradezco. Días gratos y días duros. Madrugones helados y trasnochadas que parecían eternas. Tesis enteras aprendidas y las que nunca alcancé a estudiar. Atrasos, ranclas y cada tropezón que más de una vez me dejaron en crisis por irresponsable, todo es parte del camino.

El primer trabajo, las reuniones en el patio, una pandemia y todas las cosas que dejé de hacer por aprovechar el tiempo, por a veces querer llegar con prisa a lo que nos pintan sobre la “adultez” disfrazada de independencia completa y libertad… con lo difícil que resulta.

Todas las personas que conocí, de las que aprendí y de las que entendí que las carreras son muchísimo más que las materias y las aulas. La universidad no es el espacio físico, es “ese” tiempo en la vida. Es equivocarse y entender que solo de esa manera aprendemos. Es entender que la velocidad es la peor enemiga de la realidad y que la perfección, contrario a ser una virtud, es enemiga de lo práctico y lo necesario.

A mis 17 no me imaginaba estar en el lugar en el que estoy ahora, de hecho, siempre he sido muy realista con eso de visualizarme de aquí a largo plazo porque la vida absurdamente da vueltas inexplicables y te arrebata o te da conforme considera necesario según lo que estamos listos para vivir. No me imagino todavía miles de cosas, sigo redefiniendo y encontrando lo que me apasiona y para lo que soy buena para mejorar el mundo que a veces desgasta y angustia.

Una vez más me presento: Doménica, 24 años, cuencana, y desde hoy, abogada. Agradezco infinitamente haber podido aprovechar las oportunidades y ser consciente de lo que implica. Confirmar que no hay éxito, en la vida y en la profesión, que justifique lograrlo sin ética y sin valores, aunque el mundo nos quiera hacer creer lo contrario. No hay justificativo para perdernos y deslumbrarnos con ambiciones venenosas. Se acaba esta etapa, hoy le pongo el punto final a este ciclo que es el punto de partida para el siguiente. (O)