1992: Francis Fukuyama en su libro El fin de la historia predecía el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas; que los hombres satisfarían sus necesidades a través de la actividad económica sin arriesgar sus vidas en batallas ideológicas; que la economía llenaría todo el espacio político. Que ante la caída del muro de Berlín y la disolución del bloque comunista, la democracia liberal occidental como forma de gobierno era la opción viable en lo político como en lo económico. “Los hechos son testarudos”, reza un dicho francés. Y si por un lado se observa un importante peso de lo económico, no es menos cierto el peso de “lo político”. En todas las latitudes el mapa del mundo muestra grandes áreas marcadas por graves problemas políticos, donde el monopolio del poder, la violación generalizada de derechos humanos, la pobreza extrema, la exclusión, están al orden del día, lo que ha dado lugar a bloqueos de todo orden, que en muchos casos han desembocado en conflictos armados con su lote de sangre y dolor, y que han desencadenado movimientos forzados de población.

Las “Tendencias globales” sobre personas que han sido forzadas a desplazarse en las diversas latitudes que el ACNUR acaba de publicar, son desgarradoras.

Fines de 2020, había en el mundo 82,4 millones de personas víctimas del desplazamiento forzado. Este total incluye: 26,4 millones de refugiados, de personas que han huido de sus países porque su vida, su seguridad, su integridad, su libertad estaba en peligro. Estos 26,4 millones contienen 20,7 millones de refugiados bajo el mandato del ACNUR y 5,7 millones de refugiados palestinos bajo el mandato de UNRWA. Para fines 2020 había 48 millones de desplazados internos, de personas que han huido de sus comunidades por las mismas razones que los refugiados, pero que han permanecido dentro de sus fronteras nacionales. Y había 4,1 millones de solicitantes de asilo, personas cuya solicitud de asilo está en trámite.

Había también 4,2 millones de apátridas en 94 países, aunque la cifra podría ser superior. Los apátridas son personas que ningún Estado -en base a su legislación- considera como nacionales. Se vuelven invisibles para los Estados.

Esta radiografía del horror habla de millones de vidas desestructuradas, de destinos rotos. De ellos, alrededor del 42% son menores de 18 años.

Los cinco países de origen del mayor número de refugiados y desplazados en el extranjero a fines del 2020 son: Siria: 6,7 millones; Venezuela: 4 millones; Afganistán: 2,6 millones; Sudán del Sur: 2,2 millones; Myanmar: 1,1 millones de personas.

Los cinco países receptores del mayor número de refugiados, a fines del 2020 son: Turquía: 3,7 millones de personas; Colombia: 1,7 millones; Pakistán: 1,4 millones; Uganda: 1,4 millones; Alemania: 1,2 millón de personas. El 86% de los desplazados forzados en el extranjero se encuentran en países en desarrollo.

Por continentes, África subsahariana: 6 millones 585 mil personas. Las Américas: 4 millones 615 mil personas. Asia y Pacífico: 4 millones 16 mil personas. Europa: 6 millones 777 mil personas. Medio Oriente y Norte de África: 2 millones 509 mil personas. Total: 24 millones 500 mil personas, que incluye a 3 millones 856 mil venezolanos desplazados en el extranjero.

La respuesta a esta problemática, requiere de voluntad política para diseñar y ejecutar estrategias y leyes nacionales, acordes con los instrumentos internacionales en la materia.

Desplazamiento forzado en las Américas.

Colombia. Según el Registro Único de Víctimas hay 9′146.456 desplazados internos, de los cuales 7′351.894 llenan los requisitos para acceder a la atención prevista en la Ley. Hay además más de 1′700.000 venezolanos en busca de protección internacional.

Centroamérica: Hasta fines de 2020, el crimen organizado y la inseguridad en Honduras, Guatemala y El Salvador han generado 515.000 refugiados y solicitantes de asilo y 318.000 desplazados internos en Honduras y El Salvador. Además 108.000 nicaragüenses han solicitado asilo en varios países, por la crisis política en su país.

En Venezuela el deterioro de la situación política ha hecho que más de 4 millones de venezolanos abandonen su país, el mayor éxodo en la historia reciente de la región. Hasta fines de 2020, alrededor de 800.000 venezolanos han solicitado protección internacional en diversos países del mundo.

En México, el primer trimestre de 2021 la Comisión de Asistencia a Refugiados registró 22.606 nuevas solicitudes de asilo. En abril de 2021 había 78.619 solicitantes de asilo y 34.946 refugiados. La amenaza de las bandas criminales, el haber sido testigo de crímenes de dichos grupos, el reclutamiento forzoso, ha hecho que a pesar de la pandemia, miles de centroamericanos se dirijan a México a solicitar el estatuto de refugiados.

En Ecuador, entre 2018 y marzo 2021, se registraron 47.257 solicitudes de asilo de nacionales colombianos y venezolanos. El país alberga a más de 420.000 migrantes venezolanos. Muchos de ellos no han podido aún regularizar su estatuto migratorio.

Los refugiados frente al coronavirus. Desde abril de 2020, ante el llamado de países de América Latina, trabajadores sanitarios refugiados y migrantes en dichos países se han integrado a los sistemas nacionales de salud en la lucha contra el COVID-19, gracias a medidas adoptadas para la contratación de profesionales y técnicos sanitarios extranjeros calificados. Muchos refugiados son médicos, enfermeros, laboratoristas, epidemiólogos, expertos en idiomas, maestros, etc. Por doquier colaboran con los países de acogida en el manejo de la crisis.

En Estados Unidos de Norte América, varios estados permiten a los refugiados y migrantes con formación universitaria en el extranjero formar parte de equipos de salud.

En Ecuador, desde inicios del 2020, médicos refugiados con título convalidado colaboran con las estructuras de salud. Hacen visitas domiciliarias en provincias con presencia de refugiados, redoblando esfuerzos para además darle a la población local y a la comunidad refugiada, la información necesaria para protegerse.

En Ecuador hay historias edificantes como la de Carmen Carcelén, quien hace una década abrió un pequeño albergue en El Juncal, al norte de Imbabura. Al principio fue una parada para turistas. Sin embargo, desde inicios de 2018, la mayoría de los huéspedes que llegan huyen de Venezuela. Son profesionales, profesores, obreros, amas de casa. Llegan enfermos, agotados, temerosos. Han estado expuestos al robo, a la violencia, a las redes de tráfico. El albergue se ha convertido en un espacio seguro para quienes necesitan recuperar fuerzas antes de continuar su viaje. Alrededor de 20 personas duermen allí cada noche, aunque en ocasiones más de 70 personas han sido recibidas. Ellos consideran a Carmen alguien cercano que los aconseja y conecta con ACNUR.

México ha sido un país de tránsito y destino para refugiados. Actualmente un número creciente de personas reconstruyen sus vidas gracias a un programa de integración local auspiciado por la COMAR con el apoyo del ACNUR. Durante cinco años, el programa ha ayudado a más de 10.000 refugiados a formar pequeñas y medianas empresas o a lograr trabajos formales, contribuyendo al crecimiento económico de México.

En el sudeste de Etiopía, refugiados y lugareños se han unido para lograr energía para las comunidades locales así como para más de 168.000 refugiados somalíes en la zona. ACNUR e IKEA proporcionan equipos para establecer redes de energía solar, respondiendo a criterios de energía limpia y sostenible. Las redes solares son gestionadas por cooperativas formadas por refugiados y lugareños. Las cooperativas mantienen las redes y manejan el suministro de electricidad dentro y fuera de los campamentos, transformando la vida de miles de familias. Brindan también energía gratuita a hogares vulnerables. Desde que estalló la pandemia han ayudado a los centros de salud en los campamentos, para responder a la emergencia.

En 2021, el ACNUR reconoció el trabajo y los logros de organizaciones no gubernamentales dirigidas por refugiados, por su liderazgo en la respuesta al COVID-19.

Kenia: Centro de educación para jóvenes refugiados del asentamiento de Dadaab. Promueve la paz y el desarrollo a través del aprendizaje. Con una biblioteca de más de 60.000 libros ayuda a los refugiados a seguir estudiando en plena pandemia. Tiene un programa de radio local que proporciona a los refugiados y comunidades de acogida información veraz y actualizada sobre el COVID-19.

En Marruecos: Asociación Vivre Ensemble. Promueve la cohesión social entre refugiados y comunidades locales a través de actividades en escuelas, clubes juveniles, universidades. Ha brindado y brinda apoyo alimentario y de alojamiento a familias de refugiados y marroquíes durante la pandemia. A través de campañas de divulgación digital ha difundido información sobre el COVID-19, que ha salvado vidas.

Sud África: Fruit Basket. ONG sudafricana que aboga por los derechos y la seguridad de los refugiados, solicitantes de asilo y migrantes que viven allí. Han respondido a necesidades urgentes de la comunidad durante la pandemia, proporcionando alimentos, apoyo a alojamiento y medicamentos, así como fortaleciendo lazos comunitarios para quienes experimentan aislamiento social.

Honduras: Jóvenes Contra la Violencia. Fue establecida por jóvenes líderes de comunidades afectadas por la violencia y el desplazamiento forzado. En el marco de la pandemia la organización desarrolló una encuesta para identificar a las personas vulnerables de esas comunidades y brindarles apoyo e información específicos.

Suecia: Hero2B. Creado por el refugiado sirio Imad Elabdala, ayuda a los niños a superar experiencias traumáticas a través de la narración, el apoyo psicosocial y la tecnología.

Nigeria: Iniciativa Great Step. Establecida por refugiados cameruneses en Adagom. Brinda asesoramiento psicosocial y difunde líneas directrices sobre el COVID-19.

Indonesia: Centro de Aprendizaje Roshan. Brinda herramientas y recursos de educación a distancia para ayudar a los refugiados a seguir aprendiendo durante la pandemia.

Resultado de la acción del hombre, el drama del desplazamiento forzado nos interpela, nos implica. Nos lleva a reflexionar sobre ese hilo de esperanza por el que se aferran a la vida los desplazados forzados, vida que a menudo está en los límites de lo humano. Como dice García Márquez, “los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.” (O)