Soy sobreviviente de una propuesta de aborto por parte del doctor que atendía a mi mamá cuando estaba embarazada de mí. Yo venía con problemas de salud y la vida de mi madre como la mía corrían peligro. Mis padres decidieron por la vida y en el momento del parto se firmó un documento de liberación de responsabilidad.

Nací prematura y muerta, el pediatra que me recibió me revivió e hizo lo que el ginecólogo no se atrevió, cumplir con su juramento médico. En mi juventud me alineé al feminismo, el cual promueve que la vida es descartable. A la par, gracias a mi profesor de Biología, descubrí la belleza de la vida intrauterina. Dejando el feminismo a un lado, empecé a defender la vida desde la concepción y redescubrí, gracias a mi fe, la importancia de la familia, dándole valor por primera vez al acto de amor que mis padres habían hecho por mí. En mi vida profesional, he acompañado a mujeres con síntomas psicológicos graves por causa del aborto. Una mujer que aborta sufre de fragilidad emocional dando lugar a depresiones, ansiedad e intentos suicidas; por eso me sorprende que las autoridades callen sobre este tema. El aborto provocado es un asesinato, lamentablemente la gente lo justifica y hoy se ha convertido en una ‘cultura’ y un negocio. Los médicos, políticos y activistas que a sabiendas malinterpretan la ciencia para lucrar o hacerse ‘famosos’, endurecen el corazón y justifican la racionalización como una vía y un camino falso al bienestar. (O)

María Beatriz Vernaza de Parducci, Guayaquil