Estuve hace pocos días en Quito junto a mi familia, aprovechando la semana de vacaciones y fuimos a visitar el Templo de la Patria ubicado en las faldas del volcán Pichincha, lugar clave en la historia que selló nuestra independencia.

Imponente monumento–museo al cual se accede por una pendiente muy pronunciada; al llegar se ve flamear el glorioso tricolor nacional, una espectacular vista de la ciudad Quito respirando aires de patriotismo. Veía a los alrededores, y mi mente intentaba trasladarse a hace casi doscientos años atrás, trataba de visualizar cómo habrían sido esos momentos decisivos que forjaron lo que hoy es nuestra República. Sin embargo hubo dos aspectos que llamaron mi atención y quisiera comentarlos. El primero es una gran placa de bronce ubicada en el acceso principal, cuya cita textual expresa: “En este lugar, el 24 de Mayo de 1822, los combatientes de la nación quiteña y los hermanos de otros pueblos de América comandados por el gran mariscal Antonio José de Sucre lucharon contra la dominación extranjera y vencieron”. El Ecuador existe como República desde 1830, en 1822 no había todavía el concepto de nación, y muchísimo menos de “nación quiteña”; más aún, la historia nos cuenta que lo que menos hubo en la batalla del Pichincha fueron quiteños. Se omite un valioso y necesario reconocimiento a los valientes guerreros de otras regiones de la Costa, la Sierra y de Europa. Antonio José de Sucre tomó a Guayaquil como su punto de partida para formar su ejército y empezar el largo recorrido por varias regiones del país, que lo llevaría finalmente a Quito.

El segundo aspecto es que dentro del museo hay una cronología de todas las fechas importantes de las batallas que contribuyeron en mayor o menor grado a formar lo que hoy es nuestra nación ecuatoriana, pero esta empieza el 9 de noviembre de 1820 con la batalla de Camino Real y termina el 27 de febrero de 1827 con la Batalla de Portete de Tarqui, ¿por qué no consta el génesis de esta llama libertadora que fue el 9 de octubre de 1820?, fue precisamente después de esta gesta que se formó la ‘División Protectora de Quito’ y se empezó a extender a otros territorios la lucha emancipadora. No hubiera habido 24 de Mayo sin 9 de Octubre, y en el Templo de la Patria esa fecha no se la menciona, simplemente no existe. Para los que llegasen a preguntar si la imagen de José Joaquín de Olmedo tiene alguna presencia, si la tiene, su rostro ocupa menos del cinco por ciento de un cuadro que hace referencia a Guayaquil.

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Estas visiones sesgadas de la historia no opacan la imponencia del entorno del Templo de la Patria, cuna de nuestra nación, pero sí la remembranza de hombres valientes, de la que sería años después la República del Ecuador. (O)

Xavier Eduardo Hidalgo Vidal, ingeniero comercial, avenida Samborondón