Partamos de un hecho cierto e intentemos al mismo tiempo ser optimistas. Aquel Ecuador de Carrión, J. Peralta, José Joaquín de Olmedo, monseñor Leonidas Proaño, Eugenio Espejo, Juan León Mera, Tránsito Amaguaña... Ese Ecuador que acusa serios problemas en todos los órdenes.

¡No nos engañemos! Un canje de timonel siempre traerá consigo la expectativa de lo nuevo. Y ahí entonces entramos nosotros, todos, sin excepción, ¡a colaborar!... Es hora de impulsarnos verticalmente hacia arriba... Pero nada en el mundo es cuestión de suerte. La suerte, dicen, es la combinación del conocimiento y la oportunidad. Y por ello, juzgamos pertinente que la oportunidad es propicia para que las estructuras educativas giren lo que haga falta, para dejar de ser taciturnos, para superar la congoja, para convertirnos en cuestionadores de esas “verdades” que por repetitivas adquieren el carácter de absolutas.

Todos convenimos en que la educación (escolástica) y la formación (personal) son la base del desarrollo y que juntas son las extremidades de las ganzúas que rompen las invisibles cadenas que subyugan. Nos toca a todos, insisto, aportar para conseguir propósitos públicos, para hacer causa común los grandes objetivos de Estado (no de Gobierno), para forjar un renovado espíritu de cuerpo, para combatir los endémicos males que nos han azotado de generación en generación. La lucha así concebida, ¡aceptémoslo!, es difícil ¡pero no imposible! Alguien dijo que siempre debemos tener fijo en la mente que “nadie sin afán y ardua fatiga, puede arrancar las palmas de la gloria”. Los viejos paradigmas cambian. Las personas cambian. La educación por lo tanto tiene que cambiar. Solo así trocaremos nuestra forma de pensar. Hace falta mucho afán y fatiga, sagacidad, inteligencia y optimismo para entender los verdaderos problemas de este confuso país. (O)

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Manuel Eugenio Morocho Quinteros, arquitecto; Azogues, Cañar