Mujeres y hombres con acento de colombianos y de venezolanos llaman a las puertas de las residencias en las ciudadelas Kennedy, Miraflores, Urdesa; más, fines de semana a la 07:00, 14:00, 15:00, 19:00, 21:00, 22:00.

Golpean puertas, tocan timbres hasta cansar. Las familias no abren y preguntan “¿quién es?”, dicen: “abra, quiero hacerle una pregunta”. Las familias dicen, “¿qué desea?”, responden: “¿aquí venden cigarrillos? ¿Esta es fábrica de hilos? ¿Dan clases de manualidades? ¿Está alquilando o vendiendo esta casa? ¿Qué dirección es esta?”, etc. Las familias dicen voy a llamar al retén de la Policía y huyen en motos, carros o corren. Tocan puertas para ver si no hay nadie, si hay solo una persona, ancianos o niños, si ladran perros, para entrar. Los sábados y domingos donde no se ve a un policía (ni en ningún día laborable), a horas con pocos transeúntes, llegan más curiosos a dichas ciudadelas; mueven las perillas de las puertas, y en la casa de mis abuelos en Urdesa, una mujer mayor de tez oscura, pelo crespo, de unos 30 años, estaba metiendo unas llaves en la cerradura de la puerta del jardín; la vieron al llegar, a lo cual salió corriendo. (O)

Federico Rosado, Guayaquil