El testigo es el que da fe de algo, de la verdad en un juicio, en la vida.

Todo cristiano que se precie debe ser testigo de lo eterno. Una vida de amor a Dios que rebosa hasta verterse en los demás, advierte una realidad que trasciende las limitaciones de nuestra existencia. Existen, sí, testigos vivientes de esto. Ayer, por ejemplo, me llamaron particularmente la atención dos monjitas (una aún joven) y un sacerdote que aún no roza la mediana edad, verlos trae el pensamiento hacia lo eterno, sus obras lo acreditan; obras son amores, sumo bien, amor traducido en caridad y misericordia para ser de verdad creíbles y, por tanto, testigos vivientes de lo eterno. (O)

Josefa Romo G., Valladolid, España