... No encuentro mejor forma de referirme a ellos, quizás haya una más, sin embargo, no quiero sobrepasar mis límites, pero es que en realidad no se me ocurre otra forma; se requiere acción bastante miserable para hacer lo que han hecho: legalizar el terrorismo urbano por la vía de la destrucción de bienes públicos, asalto y quema de oficinas públicas, secuestros a periodistas, instigar y propiciar desestabilizar a un Gobierno elegido democráticamente; por el simple hecho de no aceptar sus actos de corrupción.

Es algo descabellado y atenta contra el orden constituido, más allá de incentivar y propiciar que, mañana o pasado, cualquier hijo de vecino que no se sienta muy cómodo y a gusto con el Gobierno de turno o con una institución pública simplemente decida salir a destruir, secuestrar o conspirar contra quienes considere o crea, y luego irse a casa, feliz, por una tarea “bien cumplida”.

No hay duda, es el resultado de que la estupidez supera de largo a la sensatez y a la cordura.

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En un lugar denominado Asamblea Nacional, hace mucho tiempo se perdió toda vergüenza y dignidad, si es que las tuvo en algún momento.

¿Y esto, cómo se logra?

Diría que es algo fácil, cuando ciertos elegidos y muy bien escogidos por cabecillas son miembros activos de ciertos grupos a los que representan a todas luces; porque, en sí, es falso que representan al pueblo o a los mandantes que supuestamente los eligieron en las votaciones. Se deben y responden a sus bandas o partidos, movimientos políticos, con una agenda para sus propios beneficios.

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¿El pueblo y el país? “Bien, gracias”.

Parafraseando a Javier Diez Canseco (congresista peruano, escritor, sociólogo. Marzo 24 de 1948–mayo 4 de 2013), “necesitamos una asamblea nacional donde la corrupción no sea una forma consentida de legislar”. (0)

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Martín Enrique Úraga Icaza, La Libertad, Santa Elena