Saber que vivimos en el siglo XXI y ver las noticias de lo que sucede allá por donde la injusticia reina, es doloroso. Apuñala el alma. No concebimos que puedan existir pensamientos tan absurdamente crueles, que golpeen de todas las formas posibles el respeto, los derechos y la libertad. Nos hace sentir devastados. Quisiéramos extender los brazos para ayudar a aquellos seres humanos que tienen en su mirada el horror, la angustia y el desaliento; quisiéramos ponerlos a salvo, ¡cómo me dueles, mundo!

Todos los que vivimos en libertad debemos agradecer de rodillas haber nacido en el lugar correcto, quizá nuestra vida no es perfecta, pero tenemos una vida, allá (en cierto país) el único derecho que poseen es “respirar”. Para todo lo demás tienen que pedir autorización. Cada vez que te mires al espejo siéntete afortunado y pide al Creador que imponga justicia, que proteja, que proteja a quienes sufren abusos, que cubra con piedad a los seres humanos. Vemos horrorizados las atrocidades que en nombre del poder y la religión se cometen y solo podemos llorar de impotencia. ¡La mujer es vida!, ¡el ser humano es libre!, el mundo se desangra ante esta barbarie. ¡Qué vergüenza! Nos llamamos civilizados, nos autodenominamos inteligentes, nos vanagloriamos con los avances tecnológicos y la modernidad, y callamos. Ellas son seres humanos como nosotras, como nuestras hijas, nietas, madres; sienten igual que nosotros, ¡tienen miedo!, les arrebataron la libertad, ¡no podemos callar! ¡Gritemos con todas nuestras fuerzas! ¡No somos objetos, merecemos respeto! Pregunto: ¿y los derechos humanos?, porque esto es inhumano. (O)

Aissa Pazmiño Real, técnica en Marketing, Ambato