Sobre los macabros episodios que han tenido como escenario, entre otras cárceles, a la Penitenciaría del Litoral, en la ciudad de Guayaquil, registrando al 29 de septiembre de 2021 cerca de 200 ejecuciones entre las PPL (personas privadas de libertad), se ha descrito con detalle y repugnancia la descomposición moral que en dichos reclusorios llega a su clímax.

Confirmamos con horror el retrato de una sociedad incivilizada, que con patético asombro unos, o con impávida indiferencia otros, vemos el irracional exterminio de la especie sin juicio final (para los creyentes). Suena alarmante tal reflexión que interpreta con objetividad y al tiempo con pesimismo el futuro, sobre lo cual nos debemos señalar culpables al ser todos responsables por acción u omisión.

Nos queda ponernos en manos de Dios o darle batalla a esta manifiesta sociopatía (actitud anormal en relación al entorno). Hemos relativizado tanto la justicia, la paz y la libertad que creemos tener lo que nos corresponde; ignoramos el sosiego, los acuerdos, la concordia o permitimos que otros decidan por nosotros. Somos herederos de una cultura poco virtuosa donde los vicios son parte de la nueva ‘normalidad’. Al optar por darle batalla a la sociopatía crónica, propongo que volvamos a la trinchera de la familia para implantar el paradigma de que papá y mamá son los primeros maestros de sus hijos, el hogar es su escuela de valores en la que les forman para fortalecer sus capacidades en beneficio propio y de los demás, y no para la sumisión, menos para fama y poder que corrompen y son el germen de la violenta delincuencia y criminalidad que se intenta combatir sin resultado, y se oponen a los ideales libertadores que nos legaron los próceres del 9 de octubre de 1820. “Educad al niño y no será necesario castigar al adulto”, Pitágoras, 475 años antes de Cristo. (O)

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Joffre Edmundo Pástor Carrillo, educador, Guayaquil