Estoy mirando el cielo y entre sonrisas recuerdo que es el mismo que un día me vio correr descalza en la casa grande, con mi cabello enmarañado, riendo al viento con mi ingenuidad a flor de piel; me vio enamorarme y desilusionarme, llorar de alegría o de rabia al equivocarme, triunfar, fracasar, soñar, intentar y aquí está inmenso, hermoso; en él he escrito mil versos y me ha acompañado en esta gran aventura.

Pocas veces me he dado el tiempo de decirle gracias a la vida por lo que tengo, porque con estos ojos miro los colores de la libertad y la esperanza, porque puedo escuchar el trinar de los pájaros, el correr del río, las risas de mis hijos; porque puedo sentir con mis dedos la tibieza de las manos de mamá, los surcos de la piel de papá. Siento el olor de la frescura del aire, puedo recorrer el mundo, puedo correr detrás de mis hermanos, tengo el privilegio de escuchar una palabra mágica cada mañana, “mamá”. Puedo decidir con total libertad, sí, ir, venir, subir o bajar. Puedo volver a empezar, pues siempre existe otra oportunidad.

¡Gracias por lo que tengo, por lo que tuve y por lo que tendré!, por cada amanecer, porque puedo plasmar en palabras lo que mi corazón me dicta, porque nada ha sido en vano: las traiciones me han hecho más fuerte; los golpes de la vida, más valiente; los miedos, más persistente; las alegrías, más soñadora.

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La vida me enseñó que se necesita una pizca de picardía, dos gramos de locura, un puñado de fortaleza, una medida de firmeza, tres cuartos de sinceridad, una taza de lealtad, una libra de confianza, un poquito de sueños locos, una medida de fe y mucha valentía. Usemos la experiencia para hacer una nueva oportunidad, una con más alegrías y menos dolor, más luz, con palabras de aliento para el caído. Continuemos luchando, no permitamos que las adversidades nos detengan. ¡Gracias por la vida! (O)

Tatiana Pazmiño, Ambato, Tungurahua