La tendencia en nuestro país a considerar la cultura como una actividad desvinculada del desarrollo y no como parte de los derechos fundamentales hace que el sector padezca de un creciente debilitamiento presupuestal que dificulta atender las necesidades de la población, considerando su volumen, diversidad y la extensión territorial. Comprender que cultura no solo es recreación, entretenimiento, gasto, estética e industria es un paso fundamental.

Se debe encarar una ardua tarea de armonización jurídica y normativa que evite las contradicciones actuales, para garantizar el impulso del financiamiento de la cultura y de sus proyectos de carácter transversal, con el convencimiento de que no hay mejor uso de los recursos públicos para enfrentar la situación de emergencia social que vivimos en nuestro país que el de promover la cultura y, con ello, la paz, el bienestar y el desarrollo. Desterremos la idea actual que nos lleva a encontrarnos a merced de una industria del entretenimiento y de una cultura diseñada, en su mayoría, desde una lógica de consumo que no ahonda en la generación de valores para la reconstrucción del tejido social. (O)

Martha Rizzo, Guayaquil