Impotencia es lo que sentimos la mayoría de los ecuatorianos por las difíciles circunstancias por las que viene atravesando el país. No hemos podido trabajar en paz porque cada vez hemos sido invadidos por azotes de carácter natural o humano.

Para empezar, el COVID–19, aunque la pandemia de cierta manera está controlada por la vacunación, nos dejó severas secuelas en la salud mental y física, economía devastada, falta de empleo y alto costo de la vida. Esta situación precaria fue aprovechada por las fuerzas contrarias al régimen para acusarlo por la crisis reinante. Agréguense las afectaciones que ya eran existentes como narcotráfico, terrorismo, crimen organizado, delincuencia... La guerra de Rusia contra Ucrania afectó aún más la crisis por la falta de exportación de nuestros productos. La clase indígena puso la cereza al pastel declarando el paro nacional con consecuencias nefastas, $ 1′000.000 en pérdidas económicas. Hasta la saciedad se conoce por la opinión pública que estos levantamientos violentos han sido maquinados con anterioridad en contubernio con subversivos y políticos sin escrúpulos que no dan la cara, pero sí la plata para tumbar al gobierno de turno y volver al poder. No se puede negar que la clase indígena ha sido marginada, por eso existe resentimiento. También, en este gobierno la sintonía con el pueblo ha sido escasa y en la salud, en los hospitales y carencia de las medicinas para los pacientes, han dado mucho que desear; pero en un año de mandato no se pueden satisfacer todas las necesidades y no es motivo para desestabilizar la nación. El país no aguanta más.

Al presidente de la República de Ecuador, Guillermo Lasso, considerando que nadie puede estar por encima de la ley, no le tiemble la mano para no dejar impune a los que causaron daño al país en los paros. (O)

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José Castillo Celi, psicólogo y médico naturista, Guayaquil