Hay cosas que son difíciles de creer, de aceptarlas y digerirlas porque caen en el terreno de lo inverosímil y lo absurdo.

El alcalde de la ciudad de Quito simplemente se niega a irse a su casa o a la cárcel, porque fue removido de su cargo por todas las denuncias que existen en su contra, ha sido cuestionado por los concejales, la ciudadanía y está agarrado de la posición que ostentaba hasta hace poco, cuando sabe de que ya nadie lo quiere por una serie de desaciertos en el desempeño de sus funciones.

Allí lo vemos asistiendo a fiestas de barrio, bailando con simpatizantes como que si para ello hubiese sido elegido. Lo eligieron para trabajar por la ciudad, no para negocios dudosos con las muestras de vacunas para combatir la pandemia; para que haga obras –sin coimas ni sobreprecios– en beneficio de la ciudad; para que sea líder en el combate a la corrupción y a la delincuencia, se preocupe de mejorar el bienestar de todos los habitantes de la ciudad y tengan de manera directa servicios básicos eficientes, no delegue a familiares para que se haga tal o cual cosa. Los políticos de este país todavía no entienden que los ciudadanos los eligen a ellos para servir a la población no para servirse ellos. (O)

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Xavier Roberto Flores, ingeniero comercial, Guayaquil