Hace algunos días, Moskva (Moscú), la nave insignia rusa en el mar Negro, se hundió a 120 kilómetros al sur de la ciudad de Odesa.

El buque era un crucero lanzamisiles construido en Ucrania, con una gran variedad de armas a bordo y radares de comando y control, con capacidad de cobertura de 360°; estuvo en servicio desde el año 1982 y marcó una brillante hoja de servicios, a más de que era el símbolo del poder naval ruso y el orgullo de su Armada.

La nave naufragó por el impacto de dos misiles antibuque –de amplio uso en las armadas– lanzados desde plataformas móviles en tierra, con la consecuente explosión, incendio y pérdida de estanqueidad. Similar a lo ocurrido con el Sheffield en la guerra de las Malvinas en 1982, con la salvedad de que ese misil se lanzó desde un avión.

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Para los expertos navales es ampliamente conocido que los misiles antibuque pueden ser lanzados desde naves de superficie, aviones, submarinos y plataformas móviles desde tierra, de manera que cualquier operación ofensiva en una costa hostil, debe considerar esta amenaza y el nivel de riesgo en función del armamento antimisil; y en este sentido, la nave rusa se ubicó dentro del alcance del misil, lo que fue un error de los soviéticos, cuyo costo resultó ser extremadamente alto. Las sorpresas provienen en varios casos de los ingenios tecnológicos como de los dispositivos que se diseñaron y añadieron a los torpedos lanzados de un avión para reducir la profundidad de hundimiento, lo que facilitó su empleo en aguas poco profundas. Ello lo alcanzaron británicos y japoneses en Taranto y Pearl Harbor en 1940 y 1941, respectivamente. Sobre el caso Moskva, hay mucho para el debate y análisis, sobre todo de aquellos que intentan proyectar su poder naval hacia costas hostiles. (O)

Hernán Rodrigo Moreano Andrade, militar (S.P.), máster en Oceanografía; Guayaquil