La pobreza extrema no es novedad. Siempre ha habido personas pobres y paupérrimas que viven sin techo, desprotegidas. Hasta los perros, seres nobles y valorados más que humanos por humanistas del siglo 21, viven mejor que millones de seres humanos que vemos por la televisión y por las ventanas de nuestros carros, en la parada de los semáforos.

Pienso también en la pobreza extrema, y en las veleidades de nuestras élites de todo sabor y origen, su horrible mal gusto, sus típicas diversiones que radican en quemar dinero usualmente del erario, sus reuniones, sus prendas, sus fiestas, sus discursos, sus convenciones educativas, sus obras públicas; pobrísimas todas. A lo mucho atinan positivamente es en dar limosna, a través de vehículos estatales mediante impuestos o también mediante el aporte privado desinteresado, y el interesado (obviamente). Las élites no se desprenden de nada, se llevan el santo y gran parte de la limosna, tiran monedas a los necesitados; pero se llevan todos los méritos. Y las nuevas mendicidades van a otro país, antes fue una elección de vida, ahora una elección de vida o muerte. ¿Morir en Asia, África, Latinoamérica o vivir en el norte? ¿Morir en África o intentar no hundirse en una panga en el Mediterráneo? ¿Morir en Latinoamérica o intentar cruzar el desierto de Sonora? ¿Morir en Venezuela o cruzar Colombia, Ecuador y Perú? Cosas desalentadoras, pero ciertas. (O)

Roberto Francisco Castro Vizueta, abogado, Guayaquil