La pandemia aumentó el estrés, la ansiedad y la depresión de trabajadores sanitarios y dejó al descubierto que nuestros países no han desarrollado políticas específicas para proteger su salud mental, además de un marcado desgaste cognitivo con puntajes bajos para variables como concentración, memoria y velocidad de procesamiento, y altos estatus de fatiga mental, cansancio y trastorno de sueño.

Un artículo de la revista The Lancet, de Reino Unido, sobre los efectos psicológicos, sociales y neurocientíficos del COVID–19, dice que el coronavirus puede infectar el cerebro o desencadenar respuestas inmunes que tienen un efecto adverso adicional sobre la función cerebral y la salud mental en pacientes. Pero la prioridad ahora es monitorizar e informar sobre las tasas de ansiedad, depresión, y otros problemas de salud mental en el personal sanitario de primera línea durante la pandemia. En nuestro país el Estado descuida a su personal sanitario, es mal remunerado, con trabajo extenuante sin estímulo, capacitación; los profesionales supervivientes a la pandemia corren el riesgo de sufrir trastorno de estrés postraumático y depresión. Los pacientes ponen a los médicos en un pedestal como si fueran figuras divinas, pero son seres humanos. El trabajo de un médico es muy desgastante al intentar curar algunas veces, acompañar siempre a sus pacientes, esa dura labor deja secuelas en médicos. El Estado no cuida a quienes cuidan al pueblo. El Gobierno y el Ministerio de Salud Pública deben tener políticas para atender la salud mental de los profesionales de la salud. Es injusto el bajo nivel socioeconómico de la mayoría de servidores de la salud pública, médicos, enfermeros..., no les han renovado el contrato de trabajo ni un nombramiento definitivo en el sistema sanitario público, por su heroica atención a los pacientes durante la pandemia. (O)

Jaime Galo Benites Solís, clínico intensivista, Guayaquil