Todos los ecuatorianos conocemos el periplo de los delincuentes desde su captura, la detención provisional, la sentencia impuesta, la rebaja de la pena por decreto o ‘buen’ comportamiento, y finalmente su libertad. Este sainete puede durar poco o mucho de acuerdo con el abogado defensor, a las influencias del malandrín y a la capacidad económica para afrontar su defensa, por ejemplo, más corto es el proceso de un narcotraficante que del famélico campesino que robó una gallina del vecino.

El Estado y los ciudadanos nos esmeramos por mantener las herramientas necesarias para la captura, el hospedaje con techo, comida y ‘rehabilitación’ –esta última entre comillas–, de estos facinerosos. Y en forma paradójica durante su permanencia en la cárcel se gestan sucesos delictivos como son mercadeo de droga, crímenes por ajuste de cuentas y finalmente fugas con participación de guardias y autoridades. Material prolífico para una novela de suspenso. Disponemos por una parte de una población delincuencial que crece en forma geométrica e imparable, lo que significa problema para la infraestructura carcelaria. Por otra parte, disponemos de planes de carreteras por construir, fronteras que defender, minas que explotar y una gran diversidad de necesidades que requieren mano de obra que podrían asumir estos forajidos ociosos que nada producen y solo consumen del presupuesto destinado a seguridad. Me refiero a soluciones que ya se dieron en otras culturas desde varios siglos, estableciendo precedentes y escarnio en estos convictos vagos, cuya pena adicional sería el trabajo. (O)

Guillermo Álvarez Domínguez, médico, Quito