El Municipio de Guayaquil no debería reclamar al Gobierno la presencia de pájaros en el aeropuerto de Guayaquil que ponen en peligro las operaciones aéreas. Debería ir a la Prefectura del Guayas a indagar por qué no arranca el dragado de los alrededores del islote El Palmar, de donde provienen dichas aves.

Tanto el Municipio como la Prefectura son responsables del problema: el primero, porque hace unos años dragó los alrededores de El Palmar y echó los sedimentos encima del islote para consolidarlo, en vez de desalojarlo, a sabiendas de que la sedimentación continuaría y tendría a los pájaros. Y la segunda institución, porque luego de contratar el dragado aseguró que la draga llegaría en agosto y aún no aparece; ahora dice que llegará a mediados de enero del año siguiente, y esa muletilla “el dragado va porque va”, más parece de Joseph Goebbels. Entonces, no es culpa del Gobierno ni de la Dirección de Aviación Civil por las manadas de aves, aunque sean responsables del espacio aéreo y que los pájaros estén en el aire. Por seguridad deberían derivar los vuelos a Taura o a Manta, antes de que pase una desgracia. Lo que sí avergüenza es que el aeropuerto siga enclavado en el mismo sitio donde fue construido hace más de setenta años. La terminal se construyó en el gobierno de Ponce Enríquez, cuando la extensión de la ciudad terminaba en el Cementerio General. En el 2006 construyeron la terminal actual y tunearon a la vieja para que funcione el Centro de Convenciones. La pista se amplió a 2,80 kilómetros y no tiene dónde crecer más. Es la mínima necesaria para que aterricen aviones como el Boeing 737–800 o el Airbus A319. Otros de más envergadura como el Boeing 747–8 o el Airbus A380–900 no pueden aterrizar. Como su traslado está en veremos, no tendrán recato en renovar su concesión indefinidamente. (O)

Carlos Luis Hernández Bravo, ingeniero civil, avenida Samborondón