Oro a Dios Padre por las madres olvidadas, no solo aquellas dejadas en el olvido por sus hijos, sino por aquellas que por luchar y trabajar sin descanso se olvidaron de ellas mismas. Oro por las luchadoras cuyas sonrisas dejan ver grandes arrugas, porque no saben, porque no tienen cremas, protectores solares, cuyas manos son ásperas, llenas de callos por su trabajo diario.

Oro por aquellas que no son lindas porque aunque la sociedad proclama que lo más importante es lo que se lleva en el interior, al momento de conseguir empleo vale más la apariencia que la experiencia. Pido a Dios: dales fuerza para seguir adelante, salud para mantenerse en pie, voluntad para no desfallecer, porque ellas son más que flores, merecen amor y consideración que un hijo pueda dar. (O)

Mónica Valeria Vidal Zea, economista, Cuenca