La realidad la vivimos, debe impostergablemente cambiar: pobreza, desnutrición, falta de educación, desempleo, insalubridad, violencia, etc., avivada por una mezcla explosiva de corrupción, ambición de riqueza y poder desmedido; cohabitan en nuestro ADN.

La esperanza que nos ofrecen y en que confiamos, es esa luz al final del túnel que no palidece; ese horizonte donde parece juntarse el cielo con la tierra, que siendo una ilusión óptica la perseguimos neciamente. Es a lo que se atreve el nuevo mandatario del país, a la diversidad, sin dogmas, sectarismos, derechas ni izquierdas, estratos sociales ni económicos; armonizar los opuestos en busca de balance…; y ahí entra el hombre sabio (no Dios del cielo que es amor), emocional y sentimental sí, pero capaz de controlar esas variables genéticas multipolares en beneficio del mayor capital que tiene una economía y la democracia, que es el hombre mismo; y de lo que deberá apropiarse el presidente Lasso, en aras del bienestar de la patria. No importa si es banquero, agricultor, indígena, empresario, maestro, ciudadano común. Ya no cabe el contumaz político de retórica gastada sobre socialismo caduco, neoliberalismo y fondomonetarismo, que son blasfemias fundamentalistas neandertales.

Solo hay espacio para argumentos proactivos de auténticos humanistas, tal vez idealistas, unificadores, que construyan una sociedad justa, libre y pacífica. (O)

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Joffre Edmundo Pástor Carrillo, licenciado en Educación, Guayaquil