El destino me separó de mis compañeras, pero las redes sociales nos encontró luego de muchos años. Allí me enteré de que mi amiga Cecilia estaba muy enferma. La última vez que nos reunimos fue en su cumpleaños antes de la pandemia, ahí comprendí cuánto amaba la vida.

Vi a mi amiga en su casa, conectada a una máquina día y noche, para respirar, algo que todos los humanos hacemos pero no sabemos valorar. No quiero hablar de lo penosa y grave de su enfermedad, la lucha de sus hijas para enfrentar la parte económica. Quiero rendir tributo a la madre luchadora, la amiga, la mujer que no se dejaba vencer, la más sonriente, la que enviaba emoticones en el grupo de WhatsApp, la que me decía que le encantaban mis mensajes y con mi permiso los copiaba, la que me enseñó a agradecer por estar con vida. Nunca escuchamos quejas en sus mensajes, solo palabras de aliento y optimismo, quería a sus amigas y a pesar de todos sus sufrimientos amaba vivir. Solo una persona con mucha fe pudo enfrentar tanto sufrimiento. Gracias, amiga, por haberme mostrado cómo enfrentar batallas, agradecer por cada amanecer, amar la vida a pesar de cualquier dolor o dificultad. Sé que estás feliz, libre ya de cualquier dolor, junto a Dios y a tu madre María. (O)

Mónica Valeria Vidal Zea, economista, Cuenca