De hechos sangrientos ocurridos últimamente en Ecuador, se desprende el nivel de degradación moral de la sociedad, y no me refiero en particular a los satánicos exterminios en los reclusorios, que sumados a los asesinatos en las calles, son consecuencia extrema de la violencia en todos los ámbitos a cuenta de vivir en libertad. Se desconceptualiza la libertad.

Si la libertad se define como la facultad de hacer y decir lo que es lícito, y el estado de quien no está subordinado o preso, entonces todo desorden, terror, incertidumbre, etc.; son resultado de la retroevolución a la barbarie disfrazada de civilización, usando los poderes del Estado, la ciencia y la tecnología como armas de instintiva animalidad para sobrevivir en la selva de cemento. La violencia es inherente a la ausencia de libertad y se manifiesta de formas diversas, y maquillada, por ejemplo: se ejerce violencia en el ámbito educativo, cuando se dogmatizan los currículos transversalizando interesadamente las ideologías. Es violenta la consecuencia socioemocional por el confinamiento pandémico de los educandos, por desacertadas políticas que están privilegiando proyectos del reinicio presencial. En la salud, cuando es selectiva la atención o la vacunación se prioriza a sectores no vulnerables. En lo económico, cuando se proscribe el lícito crecimiento económico generador de empleos y se indispone a los pobres en contra de los ricos en vez de armonizar los extremos. En el ámbito social, cuando hacemos distingos de clase o somos intolerantes con minorías acreedoras a derechos legales. En política, cuando actúan sistemas populistas en los que el ciudadano es carente de voluntad (alienado) a cambio de miserable sustento y servilismo. En tecnología, cuando por internet se induce al crimen, drogadicción... ¡No expongas la libertad ni en aras de la libertad! (O)

Joffre Edmundo Pástor Carrillo, docente, Guayaquil