En décadas pasadas se afirmaba: “No hay niños malos, todos son buenos”, cuando se referían al compartir y convivir con sus pares en los contextos del aprendizaje. Hoy, se lo puede considerar un mito de la infancia enmarcado en la crianza de los hijos, donde están íntimamente involucrados la conexión emocional y el apego que debe existir entre padres e hijos.

Este estereotipo ha cambiado porque aparece la inclusión como una puerta abierta a la aceptación, la empatía y la tolerancia; pero ¿qué sucede cuando los niños sin discapacidad se relacionan con niños con discapacidad?, en pocos casos actúan con amabilidad y deseos de compartir, es más, muchos transmiten menosprecio, burlas contra los niños indefensos que actúan sin ánimo de competir con ellos. Aquí lo ideal es que los padres contribuyan con buena educación, con amor, solidaridad y respeto al prójimo. Teniendo en cuenta que cada niño es diferente en pensar y actuar, se podría decir que, en los primeros años de vida, los padres son sus primeros modelos a seguir. Entonces, aquí una interrogante: ¿dónde aprenden los niños a ser ofensivos y excluyentes con aquellos niños en condición de vulnerabilidad? (O)

Lorena del Carmen Bodero Arízaga, máster en Educación, Daule