El artículo ‘¿Es Lasso un Allende?’ del columnista Fernando Balseca, es profundo e invita a meditar acerca del delicado momento político que vive el Ecuador sometido al capricho de los líderes de Conaie, Feine y Confenaie, con aspiraciones que rebasan de largo las posibilidades del Estado e incluso las barreras del sentido común, apropiándose del sentir de la inmensa mayoría de ecuatorianos que votamos por Lasso en el afán de progresar en libertad, enterrando al correísmo y toda su secuela de odios y descalificaciones que han conducido a exacerbar los rencores sociales a niveles nunca antes visto en el Ecuador.

No es sensato el pliego de peticiones de los insurrectos, so pena de que la intención sea colapsar económica y socialmente al país. El columnista Balseca, con todo acierto, ensaya un paralelismo entre nuestro complejo escenario y el callejón sin salida que vivió Allende en 1973 antes de colapsar como gobernante chileno: afirmarse como un demócrata, o entregarse al castrismo (castro–chavismo, diría yo) como le exigían los lideres del tercermundismo cubano, chileno, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y otras etiquetas extremistas, para abolir lo que ellos llaman “democracia burguesa”, que la usan cuando les conviene y luego la desprecian. Los insurrectos indígenas y sus corifeos pregonan que Lasso “concrete la revolución comunista indoamericana en su acción de gobierno...”, como comenta el articulista. Un sinsentido que precipitaría al Ecuador al abismo, ese parece ser el objetivo de Iza y compinches, “bajar a Lasso”, tal como lo proclamaron en los albores del último caos que provocaron y que aún tiene semiparalizadas las actividades productivas. Aunque ya en el poder, el presidente Lasso ‘saltó del liberalismo al fiscalismo’, para ponerlo en palabras de nuestro recordado amigo Francisco Swett, no se pueden desconocer los avances logrados en libertades públicas y en materia económica durante los últimos 14 meses. Finalmente, hay que decirlo con franqueza: las demandas de los sectores vulnerables deben ser atendidas prioritariamente. La clave es saber estirar la sábana para que el Estado financie gastos e inversiones de calidad. Ya se escuchan pedidos con dedicatoria, como por ejemplo ampliar los subsidios ya focalizados a favor de las comunidades indígenas, estableciendo odiosos discrímenes; o ampliar los ya generosos servicios de salud que presta la seguridad social en la ruralidad, donde cada familia aporta mensualmente $ 2.69, monto que obliga al Estado a proveer toda la gama de servicios de salud, de por sí desfinanciados. (O)

Xavier Neira Menéndez, economista, Guayaquil