El superintendente de Ordenamiento Territorial fue posesionado en marzo de 2021, ¡y ya está en la cuerda floja! Abrigamos aún la esperanza de que esta instancia de control territorial se convierta en el ente administrativo que ponga freno a osadías antojadizas, indoctas de alcaldes que ejecutan obras innecesarias en lugar de ceñirse a la Constitución y el Cootad, en materia de competencias.

La planificación urbana, o plan de ordenamiento, existió desde cuando grupos de pobladores se asentaron en un determinado lugar para vivir en comunidad. Cierto es que la planificación se constituyó hace apenas 170 años cuando las ciudades por el desarrollo industrial, y ahora tecnológico, empezaron a enfrentar serios desafíos en movilidad, saneamiento, equipamiento, desechos, salud, para evitar el desbordamiento de asentamientos y la pauperización urbana. Desde entonces, para poner orden, se crearon reglas (ordenanzas) del buen uso de los espacios privados y públicos, y asomó el concepto de ciudades compactas y policéntricas para compartir servicios públicos básicos como canalizaciones y redes de agua potable. La idea no solo era controlar el crecimiento derivado de índices de aumento poblacional, sino sobre todo prever lo que podría sucederles a futuro. Ahí se introdujo la noción de planificación que es anticipación a lo que vendrá, tomar decisiones con antelación que eviten problemas irreversibles. En Azogues, Cañar, se masculla cansinamente en elaborar planes de ordenamiento territorial. ¡Se equivocan. ¡El plan (en singular) ha existido siempre! Lo que se debe hacer semestralmente es revisarlo, depurarlo, ajustarlo a las nuevas realidades y mantenerlo en vigencia. Ahí están los técnicos en demasía burocrática que deben actualizar la información, introducirla en el plan existente sin que cueste eso a la institución. (O)

Eugenio Morocho Quinteros, arquitecto, Azogues, Cañar