La moral tiene su piedra pretil y angular en la educación y la cultura. Según la Senescyt, en el segundo semestre del 2020 más de  205.000 estudiantes se postularon para ingresar a la educación superior pública, pero los cupos solo llegaron a 125.000; es decir, apenas ofertaron el 60% de la demanda.  Por si fuera poco, los presupuestos para las universidades se redujeron en porcentajes significativos. ¡La educación así concebida y manejada en el país es una auténtica paradoja!

Llama la atención que estos temas tan sensibles de la formación del individuo en todos sus niveles, sean subestimados por quienes tienen el ineludible deber de conducir al desarrollo. Sin educación no hay cultura, sin cultura no hay modales, sin modales no hay moral y sin moral reinan el caos, la barbarie, la anarquía. Quien maneja bien la moral distingue lo bueno de lo malo. Hay quienes sostienen que la sociedad subsistirá siempre que subsista la moral.

Los centros educativos moldean (no crean) la personalidad definida del ser. La sociedad crea una atmósfera compleja que entra en todos los resquicios físicos y psíquicos e influyen en las personas. Por eso la cultura y la moral deben ser entendidas como el efecto de cultivar conocimientos humanos y afinarlos por medio del ejercicio de las facultades que todos tenemos. La cultura moral debe evolucionar y no involucionar como en nuestro país: políticos corruptos huidizos son admirados en lugar de ser sentenciados, y cumplidos los plazos judiciales regresan como ‘héroes’, demandan al Estado y obtienen millones de dólares por ello. La población aplaude a los políticos que roban pero “hacen obra”; los ayudan a ubicar (palanquearse) un puesto burocrático.

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Corresponde adentrarnos con mucho interés en la moral y dar sentido estricto a nuestra formación personal para servir como ciudadanos. (O)

Eugenio Morocho Quinteros, arquitecto; Azogues, Cañar