En los últimos años se exigen evidencias del trabajo desempeñado, se observa a empleados públicos y privados tomándose fotos como pruebas del cumplimiento de sus deberes. No importa el tiempo tomado para la realización del oficio encomendado, lo que cuenta es la evidencia fotográfica acompañada de acta u otro documento para dar solidez al ‘cumplo y miento’.

En el campo de la educación también se recurre a dichas ‘pruebas’ cuando delegan a los docentes funciones que son de competencias de los orientadores, y con exiguas capacitaciones acompañadas de numerosas informaciones escritas, de papeles, pretenden hacerlos expertos en la materia de un día para el otro. Sujeto a la inmediatez, el docente tiene muchas tareas, además debe preparar materiales y prepararse para la exposición y guía de talleres, envía la convocatoria, prepara la presentación, pero, oh sorpresa, nadie acude al evento programado.

Miles de preguntas fluyen en medio del desencanto y la frustración, ¿a quién se le ocurrió tan ingeniosa idea?, ¿en qué estudio se basaron sobre la efectividad de estos tipos de talleres?, ¿poseen estadísticas confiables de la asistencia de los padres de familia a dichos eventos?, ¿o solo siguen modelos externos considerados como exitosos? Pues la experiencia indica que muchos padres no asisten a estas disertaciones. Se debería comprobar que los resultados sean fehacientes, no dejarse guiar por falsos esquemas. Como educadora anhelo una educación integral comprometida sin cortapisas, pantomimas, que se centre en la praxis de los valores, la familia se comprometa más a la formación de los hijos dejando excusas y desidias a su función de primera educadora. No debemos delegar todo el cargo de educar a los hijos a ninguna institución, pues como va la familia, va el país y va también el mundo. (O)

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Mariana Dolores Mendoza Orellana, economista, Guayaquil