El término influencer me da escalofríos porque se ha formalizado como una actividad abiertamente aceptada que, salvo conocidas excepciones, normaliza la masificación de contenido vacío, de basura y en muchísimos casos hasta peligroso.

Para todos los niveles (que van desde los nanoinfluencer hacia arriba, según cuántos ingenuos te sigan), hay negocio, si tienen unos incautos como seguidores en las redes. Para todos hay una o cientos de marcas queriendo utilizar su popularidad como vitrina, lo que convierte su actividad en sostenible y promueve que se establezcan por largo tiempo. El trabajo en casa desarrollando un criterio formado en niños y jóvenes, se debe agudizar e impedir que crezcan pensando que es natural, positivo y constructivo imitar ridiculeces como simios, replicar retos pensando que la validación como ser humano viene de lo que consigas demostrar en las redes sociales, exponer su vida personal sin medida y creer en cualquiera que tenga un plan de internet y una cámara del celular. (O)

Paula Marcela Pettinelli Gallardo, máster en Marketing y Comercialización, Guayaquil