Para los fervientes defensores de la seguridad, todo está justificado con tal de salvar vidas en la presente pandemia y en las que vendrán. Precisan instaurar una sociedad controlada e hipervigilada, proteger vidas y puestos de trabajo preservando la salud y la prosperidad de nuestras sociedades. Por su parte, para los defensores a rajatabla de la libertad, esta no debe restringirse; según ellos la libertad es un valor supremo y no puede cambiarse por la salud, el bienestar económico ni nada.

Entre los partidarios de la seguridad absoluta están muchos ciudadanos atemorizados o cómodos; entre los partidarios de la absoluta libertad figuran desde negacionistas hasta irresponsables, indiferentes y apáticos ante los asuntos propios o los sociales. He aquí el punto de reflexión, tanto en la vida individual como colectiva existen valores estimables dignos de ser deseados, pero incompatibles entre sí. La libertad y la seguridad son ideales valiosos aunque no siempre fáciles de compaginar. La dramática realidad nos obliga a dirimir este dilema. Ni bien iniciamos el año y Ecuador cuenta con nueva ola de contagios de COVID–19. Hoy vemos las consecuencias del descontrol, el abuso y la imprudencia de quienes ejercieron su libertad a fondo, armaron fiestas, reuniones y aglomeraciones sin control poniendo en riesgo a su propio entorno. A la inversa, para Navidad y fin de año, el Gobierno nos hubiera confinado hasta que se cumpla la vacunación de refuerzo; esto hubiera, posiblemente, ralentizado la propagación del virus y blindado nuestra salud, pero también hubiera violentado nuestra libertad y pulverizado la economía. La solución implica hallar un equilibrio de valores, conseguir la máxima libertad compatible con la máxima seguridad. Para eso es importante tener solidaridad y empatía, el no actuar responsable puede poner en riesgo nuestras vidas y la de los demás. Nadie ha dicho que vivir es fácil. (O)

Juan Francisco Yépez Tamayo, abogado, Guayaquil