En el 2008 con la promulgación de una nueva constitución que incorporaba dos nuevos poderes, Ecuador fue testigo del inicio de un proyecto político perverso. Mediante el discurso de la democracia y participación ciudadana como base fundamental del Estado, se estableció la función de Transparencia y Control Social. Este nuevo poder se propuso con el fin de retirar la potestad nominativa de los órganos de control a la Asamblea Nacional y establecer un nuevo formato para fortalecer la participación y el control político.

Dentro de esta ‘novedosa función’ se presentó al CPCCS (Consejo de Participación Ciudadana y Control Social) como el órgano competente para la designación de la primera autoridad de todos los órganos de control, vocales del Consejo de la Judicatura, autoridades de la Función Electoral, entre otros funcionarios. A pesar de que muchos consideraban una buena alternativa para brindar mayor transparencia al control político, las intenciones nunca fueron buenas. El objetivo era presentar un nuevo órgano con potestad nominativa para poder hacerse con el control de las instituciones estatales más importantes. De esta forma, era más sencillo ejecutar políticas plagadas de corrupción, autoritarismo e impunidad. El principal órgano de control en lo que respecta al uso de recursos públicos es la Contraloría, que brilló por su ausencia en el gobierno correísta. Algo similar fue la Defensoría del Pueblo, no se manifestaron ante la corrupción y vulneración de los derechos humanos. Por otro lado, el Consejo de la Judicatura, encargado de designar jueces, se dedicó a colocar personas que fallaban constantemente a favor del gobierno de turno. Ni hablar de la Función Electoral, criticada por falta de transparencia en las elecciones del 2017. El CPCCS nunca representó buena intención para la participación ciudadana y el control político, fue pantalla de humo para establecer un órgano que pueda entregarle todo el poder al Gobierno. Opino que es momento de deshacerse de esta institución para fortalecer la democracia, caso contrario podría seguir siendo utilizado para concentrar el poder, así como lo hizo el correísmo para gobernar sin ningún tipo de control. (O)

Leonardo Gabriel Paredes Narváez, Quito