El hermoso estero Salado era un sitio especial para los jóvenes en los años 50, 60, 70, iban a pescar, nadar, coger jaibas; y los chicos que se hacían la pava, es decir que se escapaban de la clase de la materia más aburrida o difícil, se iban al Salado a correr por la orilla, a hacer pícnic –comida de campo– con sánduches de atún, galletas Saltinas con sardinas sacadas de latas, ciruelas y grosellas con sal, galletas burritos, los termos con agua, limonada, colas Gallito, Barrilito Ok, Fioravanti, Manzana, o Crush.

Los mejores tiempos antiguos. Ningún chico iba a patanear, a cosas reñidas a la moral, sino a divertirse en la naturaleza. Unos iban alegres y después tenían remordimiento, los más chicos que querían regresar por miedo a los profesores y a los látigos, correas, chancletas con golpes en los glúteos que les darían padres, abuelos, tíos que los criaban. Preferían el castigo y pedir perdón, pero quitarse el remordimiento porque mintieron y escaparon de las aulas. Había más sinceridad. (O)

Martín Delgado, Guayaquil