La decencia no se compra, quizás se adquiera con esmerada educación, buenas relaciones sociales y práctica, pero es algo innato del ser humano; enraizada en muchas sociedades, transmitida a través del ejemplo, pero no ejemplo impartido como enseñanza sino como cosa connatural propia del comportamiento de los mayores.

Era muy común escuchar en los mercados y transacciones comerciales la palabra afirmativa o negativa. Nunca se ponía en duda una promesa de compra o venta, “la palabra empeñada” en el negocio al mencionar “mi palabra es un sello”. La decencia no se ha desencantado aún en las peleas de gallos, dicen apostadores como cumplimiento: “Palabra de gallero”; el pundonor y la vergüenza valen más que el dinero: “Primero mi honra y mi orgullo”, “cumplo lo prometido, aunque después vengan mil tempestades”. Palabras de hombría.

¿Cuándo se quebrantó esta parte de la ética?, al implementar como materia jurídica la conciliación, que hace tabla rasa del conjunto de penas y sentencias para llegar al ‘acuerdo’ entre dos partes. Dicha norma se pone en vigencia como un interpuesto, debido a los miles, sino millones de juicios que es imposible que jueces puedan resolverlos a la brevedad, a no ser que se incremente el número de ellos; cosa improcedente para los presupuestos estatales.

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Este comentario no tiene ningún referimiento a la cuasi conciliación de los candidatos presidenciales que se disputaban el segundo lugar; sino demostrar que la incertidumbre que cunde en Ecuador se debe a que personas, grupos, entidades, organizaciones, Gobierno, emiten normas, ordenanzas, leyes, con nombres que promueven beneficio para el pueblo, pero resultan estocadas de perjuicio a nuestros intereses económicos, políticos, sociales llegando a la conclusión de que no hay en quién creer. (O)

Cesar Antonio Jijón Sánchez, Daule