Como maestra normalista por 40 años, a mis 81 años de edad conozco al niño juguetón y engreído, al adolescente inquieto y cambiante, al joven y a la señorita con aspiraciones grandes, al adulto reposado, al adulto mayor que dice en su espíritu: “quiero dejar a mi patria una descendencia de hombres y mujeres que jamás pidan limosna, sino que por sus estudios, educación, trabajo decente y honrado, su solidaridad, sean para el país, pisadas dignas de imitar.

Debemos de saber que todos los seres humanos caminamos dejando huellas indelebles que no se borran y las generaciones que van naciendo, creciendo, desarrollando comienzan a investigarlas. (O)

Marlene Vergara de Abad, licenciada en Educación, Guayaquil