Se los ve andando por doquier como zombis. Se los reconoce por su mirada secuestrada por un aparato rectangular que reposa sobre la mano izquierda y que los mantiene ajenos a todo lo que ocurre a su alrededor. Debe ser poderoso el dispositivo que los hechiza y se apodera de sus cerebros. Van recorriendo las calles a paso lento sin jamás mirar adelante. Embobados circulan, con el cerebro abducido por una serie de imágenes que parece causarles hipnóticos placeres.

También se los detecta escribiéndose entre ellos, en diminutas letras, pulsando teclas con inusitada velocidad, para dibujar las palabras que necesitan en ese preciso momento, sin someterse a reglas ortográficas que los estorben. Otros hablan y ríen con personajes etéreos, acercando el aparato a su oreja zurda. Parecen cadáveres ambulantes reanimados por alguna suerte de brujería. Ajenos a su entorno, son fáciles víctimas de hábiles ladrones que se aprovechan de su transitorio estado de inconsciencia para apoderarse de la mentada maquinita chupa mentes. No saben que están llevando un instrumento ladrón, que roba a los seres humanos el inmenso placer del contacto humano y la dicha de mirar directamente a los ojos del interlocutor. (O)

Gustavo Vela Ycaza, pediatra, Quito