En la sala de espera de la vida hay unos periódicos de ayer, algunos libros no leídos y algunas fotos amarillas por el tiempo..., y observas en el televisor a tu ciudad, ves a Guayaquil desde un noticiario. Ves a Guayaquil como es y no como quisieras que sea.

Y buscas las cosas reales. Te encuentras en la calle de la mano de tu suegra y vas a la tienda y al escuchar cómo regatea al comprar unos aguacates, escuchas a una mujer que le cuenta a otra que su hijo lleva algunos meses en el hospital y el dinero se está terminando. En ese momento recuerdas una frase de tu madre que dijo, mijito cuando la gente está enferma y no hay medicina debe tener fe. Ves que esas cosas son reales y suceden en los barrios. Al ver la ciudad con ojos de poeta o de filósofo, te subes a un taxi y ese man te dice, ¿jefe, puedo apagar el aire condicionado que la gasolina ha subido? Llegas a alguna calle del sur... Te comes un arroz marinero y tu familia cangrejo, esos sabores son del manglar. Y al escuchar una salsa de Rubén Blades y tomas una cerveza, te pones un poco reflexivo y en ese momento eres interrumpido por dos niños que te piden unas monedas... Guayaquil no para de crecer y con los brazos abiertos recibe a todo el Ecuador y no le importa de dónde eres... A Guayaquil no la debes entender, la debes sentir, la debes saborear en las patas gordas del cangrejo, en un encebollado o al sentir la brisa del río en tu rostro. (O)

Juan Javier Brito Grandes, máster en dirección de proyectos en sector bancario, vía a Daule