Hemos aceptado y permitido la violencia, negando valores y principios. La falta de políticas rectoras de Estado ha contribuido al desarrollo de una cultura de violencia agravada por la corrupción, pobreza, desempleo, deserción en la educación y un grave déficit de valores a nivel familiar.

Hace una década, por mi experiencia profesional, testifico que en el sistema penitenciario aún existían códigos entre las personas privadas de libertad, para quienes sus visitas familiares y las íntimas eran sagradas; no podía ocurrir ninguna riña entre ellos hasta que no estuvieran fuera del recinto carcelario los visitantes, ya que sus códigos incluían el respeto a la familia. El asesino de aquella época no mataba niños ni mujeres, pero fueron rotos los códigos y se convirtieron en desalmados. (O)

Hipatia Elizabeth Morlas García, psicóloga clínica, Guayaquil