No me han informado que he fallecido, que los pulmones reclamaron oleada sanguínea y el esqueleto se aquietó y el cerebro enmudeció.

Emprendí trashumante el viaje final hacia lo que llaman la vida eterna, peregriné largos y meandros caminos sin dirección ni tiempo. Fatigado encontré una fila de sepultados como yo, esperando que se abran las puertas del cielo o del infierno, puertas gigantes que nunca se abrieron me obligaron a regresar a mi sepulcro, a mi morada... Me llaman espíritu, alma y hasta fantasma; deambulo trashumante cual Diógenes por el mundo de los bípedos hurgando sus virtudes y vicios, su humildad y arrogancia, su bondad y perversidad. el bienestar y la concordia versus las tinieblas y el martirio; todo ello en un mismo universo, en un mismo espacio, alojados en un solo hábitat... Un pensador de gran levadura humana lo denomina “el reino de este mundo”, a este terrenal en el que vivimos, reino donde sufres abrojos y quebrantos ante la ingratitud, el odio, la venganza..., el infierno; y a la vez te solazas con una caricia, un halago, un beso..., el cielo. (O)

Guillermo Wilfrido Álvarez, doctor en Medicina, Quito