Son asombrosas las conversaciones de quienes han constatado o sufrido robos, asaltos, secuestros y viven para contarlo. “Ese vive” y se convierte en una bendición, o en amarga experiencia que solo lo hayan perjudicado económicamente, lo cual se torna en un aliciente.

Pero es mucho el pesar, que por poner oposición en la sustracción de sus pertenencias de pequeño costo le arrebataron la vida; por lo cual dejó en el corazón de su familia, amigos, el sentimiento impotente de que perdieron a un ser querido.

El país está conmovido, estupefacto por el auge y fuerza que ha tomado la delincuencia, sus acciones son ‘proezas’ que ponen a prueba su ‘valía’ entre sus pares. Los responsables de menguar este flagelo son los gobiernos que no han dotado a determinados lugares y ciudadanos de salud de alta gama, educación, vivienda, fuentes de trabajo bien remunerados, etc., cero inversión por falta de interés a poblaciones; y recae en la Policía Nacional todo el peso de la prevención, control y represión de conductas delincuenciales. Estamos consciente de que no cumplen a cabalidad la labor, por más esfuerzo que realizan, ya que carecen de presupuesto, implementos y personal suficientes y adecuados para este temerario trabajo. Las UPC, Unidades de Policía Comunitaria, están abandonadas, se constituían en barreras para detener las huidas de los delincuentes, estaban ubicadas equidistantemente, podría decirse en cada parroquia de Guayaquil y en lugares peligrosos existían más de una; se comunicaban entre sí al instante de ocurrida una situación anormal. Las cámaras en comercios, agencias bancarias, restaurantes, etc., a los pillos ya no les atemoriza, con mascarillas, gorras, pasamontañas es imposible su identificación. Anhelamos un país con índice menos posible de delincuencia, ya que erradicarla pareciera irrealidad. (O)

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César Antonio Jijón Sánchez, Daule