Qué dulce es cerrar los ojos y viajar por los recuerdos para detener el tiempo, dejando anclada mi alma en la matriz de mi tierra colorada, Santo Domingo de los Colorados (provincia Santo Domingo de los Tsáchilas).

Esa tierra mía de tanto quererla, tengo prendido un grito de nostalgia donde he regado de lejos lágrimas de soledad por sus campos verdes y sus comarcas donde el sol se esconde tras una selva tupida y por las aguas agitadas del río Toachi emergiendo desde los alto del cerro Bomboli.

Así tengo anclada en mis neuronas la tierra de mis sueños que hoy deseo compartir con recuerdos imborrables como veterinario en las visitas técnicas matutinas a las fincas en la vía a Quito, que intentaban impedir a las plantas que estiren sus cuellos para absorber con ávido fototropismo, las primeras miradas del sol que insistía escurrir sus rayos benefactores entre lianas y musgos que se escurrían de los árboles grandes de un denso trópico húmedo. Llegábamos con la cuadrilla de obreros de la salud animal a visitar fincas donde estaban en plena faena diaria batallando por conseguir la leche, base del sustento económico para las familias. Ahí todo era actividad por doquier en los patios de la fincas con gallos churrias que descendían de gallineros, mientras en los corrales secundarios los terneros galopaban hacia sus madres, esperando impacientes los trabajadores para ordeñar a las más productivas, produciendo desenfrenado gutural que se unía a los cacareos de las gallinas que se precipitaban sobre el maíz a comer; se atropellaban desplumándose. No puedo olvidar a Ecuador, los trabajos de la ciencia veterinaria cumpliendo misión técnica en el campo para prevenir y tratar enfermedades, epidemias, en los animales, que afectan la salud de los seres humanos y la sustentabilidad ambiental. (O)

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José Manuel Aguilar Reyes, médico veterinario, Memphis, EE. UU.