Implorar a Dios con ruegos y súplicas por el bienestar de nuestra familia o el de otros no solo tiene efectos espirituales, sino también beneficios físicos, mentales, emocionales y sociales.
Esa actitud de quebranto ante Dios por las circunstancias negativas que estemos pasando nos da una corriente de paz que se siente en todo el cuerpo y tiene efectos positivos en nuestras relaciones familiares y sociales. La verdadera humildad, si es sincera, solo Dios la ve en nuestro corazón y se refleja en todos nuestros actos. (O)
Miguel Ulloa Paredes, abogado, Guayaquil