A votar, se ha dicho. A botar, se ha dicho. A botarse, han dicho. A botarse al nicho. Abotagarse de bichos… Nos aprestamos a decidir lo que podría ser… ¿la gran feria de retazos de lo que todavía queda de este país? ¿La solapada compra de votos más millonaria en la historia política mundial y permitida por nuestro CNE? ¿La enésima reedición del ciclo esperanza-desilusión? ¿Un rito obligatorio de la democracia inverosímil para obtener el documento necesario en Tramitolandia? ¿Una ínfima posibilidad de construcción de una nación a casi dos siglos de la invención del Ecuador? Y otras... De cada ciudadano depende la elección entre cada una de las anteriores, y cada quien será equitativamente responsable por las consecuencias de su decisión subjetiva.

En nuestra cultura política oportunista, mentirosa y limosnera, las opciones no pasan por la convicción ideológica argumentada y la elección de un proyecto sustentable y consistente, sino más bien por las pasiones enamorodiosas, el resentimiento ancestral, la venganza, el terror, nuestro juramento de felicidad eterna, el desempleo y la miseria que se manipulan a favor, el fanatismo, la “escopolamina” propagandística y el delirio compartido. Estamos a las puertas de elegir entre, por un lado y parafraseando a Freud, el retorno de lo reprimido y el retorno de lo represivo, que son lo mismo en este caso; y por otro lado, cualquier cosa que puede ser nueva, o que a la vuelta de cuatro años resultará aquello a lo que estamos acostumbrados para dejarnos igualmente o más empobrecidos. No lo sabemos.

El retorno de lo reprimido-represivo, que los incautos creían irreversiblemente superado, ignorando nuestra histórica compulsión de repetición. El retorno de una década extendida “con filtro y descafeinada” por cuatro años más, para hacernos creer que “nunca más vendrán por más”. El regreso de un régimen que tuvo aciertos y logros, gracias al buen precio del petróleo. El doctorado economista que complació a muchos gracias a su capacidad para repartir plata, aunque probadamente incompetente para generarla. La vuelta de un estilo y un discurso característico con su sorna marrullera. Demasiadas certezas y ninguna duda. El problema es que ahora ya no hay plata para repartir: ¿tendrán que imprimirla, entonces?

Del otro lado, la incógnita con mala fama. Porque en el país de las inequidades extremas “banquero” es un estigma que aborrecemos, excepto cuando los necesitamos. Igual que “derechista” y “curuchupa”. Una opción que sabe hacer plata, cogiendo la plata de los que hacen plata, según sus detractores. O que sabe hacer plata prestándola a los que la requieren para emprendimientos generadores, según ellos mismos. Muchas preguntas y ninguna certeza. ¿Cómo crearán empleo? ¿Cómo combatirán la corrupción y la inseguridad? ¿Podrán manejar la imparable e indigente inmigración venezolana? ¿Cómo harán con los inminentes asambleístas-mercaderes dispuestos a profanar nuestro improbable templo de la democracia? ¿Cómo curarán nuestra infraestructura sanitaria y educativa? ¿Y los activismos LGBTI? ¿Y el aborto? ¿Y…? ¿Qué será peor: un malo archiconocido o un desconocido por conocer? (O)